Con Crematorio y En la orilla has puesto de manifiesto la descomposición más inmediata del país, y además en tus declaraciones has ido más allá que muchos colegas escritores al poner en evidencia también el concepto de los indignados, que se han expuesto como un símbolo de la mayoría. ¿Estimas que adolecemos de un exceso de buenas palabras? ¿Poca autocrítica, tal vez?
Como me ocurre siempre, con esta novela he intentado contarme a mí mismo, un yo de mi tiempo que busco, sin encontrarlo, mi lugar en el mundo, y, para ello, he echado una mirada a este tiempo nuestro, a lo que me rodea. He buscado descubrir la calidad de los mimbres que me componen, y, de rebote, los que componen a mis coetáneos, y el resultado es En la orilla, etiología del animal humano en un tiempo y un país, sacar a luz lo que las palabras que oímos y pronunciamos a diario trabajan para encubrir.
«antes el ruido ambiental era el del bienestar y la riqueza, ahora lo que se lleva es sentirte disconforme y desesperanzado»
Cuando uno oye hablar del presente a economistas, políticos, periodistas, divulgadores... se enfrenta casi siempre a lecturas monolíticas de la realidad; con la ficción, y desde luego con la tuya, sucede todo lo contrario: se duda de todo, y al final la naturaleza humana se despliega tremendamente oscura. La buena novela, ¿está destinada a ser ambigua y pesimista?
Creo que sí, que la buena novela tiene que hablar de la complejidad de la vida, poner al lector ante las dudas que acosan al autor, enfrentarlo a sus contradicciones. Un buen libro es un viaje iniciático a través de la realidad del lector, la de dentro y la de fuera, que debe vivir el mismo proceso de aprendizaje que vivió el autor mientras lo escribía. Sacar a la luz lo que hay bajo el bla bla bla que nos rodea.
¿Cómo te planteas la eventual llamada de atención a la novela social, por la cual «los oprimidos ya saben que lo están, y por tanto no es necesario recordárselo»?
Todas las novelas son sociales. Colaboran a formar la sensibilidad de los lectores, les proponen una visión del mundo que incluye también (aunque sea de matute) un acuerdo o un desacuerdo con su organización y su orden. Se escriben a favor de la corriente, o en contra. No hay manera de librarse de eso: el alma es un entreverado de las contradicciones de su tiempo, la literatura forma parte -aunque no quiera- de las fuerzas que pelean en la sociedad por el control de la imaginación y los deseos de lal gente. Los poderosos incluso financian unas tendencias para que se impongan sobre otras.
«Quizá el adorno pierde mucho sentido cuando falta lo primario: uno no piensa en faralaes si no tiene un vestido que ponerse.»
Después de un tiempo en que se buscaba deslegitimar el realismo, da la sensación de que todos los escritores ahora quieren dar explicaciones a lo que ha pasado en España en los últimos años. ¿Realismo para los tiempos malos, y experimentos con la bonanza?
¿Que muchos se han dado cuenta de que esto no es Ginebra, ni siquiera Londres? No sé, creo que siempre han convivido esteticistas y realistas, quizá el adorno pierde mucho sentido cuando falta lo primario: uno no piensa en faralaes si no tiene un vestido que ponerse. No me atrevería a decir que es eso lo que pasa en literatura. Es cierto que lo mismo que antes el ruido ambiental era el del bienestar y la riqueza, ahora lo que se lleva es sentirte disconforme y desesperanzado, para lo que sobran motivos es el "aire" de este tiempo que se disolvería con un chaparrón de euros. Fuese y no hubo nada.
«Un buen libro debe sacar a la luz lo que hay bajo el bla, bla, bla que nos rodea»
Eres ya todo un experto en desglosar, de un lado, la historia reciente de España, y de otro las verdades más desagradables de la condición humana. ¿Has llegado a algo parecido a una conclusión sobre el carácter nacional; alguna constante que se repita en todas las épocas?
El carácter nacional. Más que definirlo, uno lo aprende leyendo La Celestina, el aragonés Gracián, Quevedo, Galdós y Clarín, Aub, el buen Sender: es centrífugo, cainita, cruel, mezquino, rastrero... No sé si hablamos de España o del animal humano. Sí que tengo clara la pervivencia del franquismo en las tuberías de la sociedad contemporánea, y, también, que el franquismo fue manifestación virulenta de algo que nos viene de muy lejos. Pero, llegado a ese punto, en vez de buscar el ser de España, tarareo la Internacional, tan pasada de moda en estos tiempos de fiebres micronacionales.
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