martes, 6 de mayo de 2014

«No sé cómo habría seguido escribiendo de haberme quedado en mí país. Casi todo lo escribí en el extranjero». Entrevista a Sergio Chejfec, autor de Modo Linterna.

Este viernes nos visita en Cálamo uno de los escritores contemporáneos más singulares: Sergio Chejfec. El escritor argentino presentará su último libro, la colección de relatos Modo linterna, publicado por Editorial Candaya. Nueve relatos precisos, elegantes, habitados por vecinos invisibles, tumbas de escritores y la amable y cadenciosa prosa de Chejfec.
Sabiendo todo esto, no podemos esperar hasta el viernes para preguntarle al autor de La experiencia dramática sobre el proceso de su escritura, sobre el relato como género y muchas otras cosas. Con todos vosotros, Sergio Chejfec:

Sergio  Chejfec. Fotografía de Francesc Fernández

Hay un estilo reconocible en toda tu prosa, común al cuento y a la novela. En una época en la que para muchos el relato corto está en peligro, ¿qué herramientas te da el cuento y que la novela no tiene? 

No estoy seguro de que el relato corto esté en peligro. Más bien un tipo de relato corto ha dejado de funcionar, aparentemente. El tipo de relato conclusivo, que se apoya en el desenlace y cuyo sentido apunta a ser fácilmente asimilable. 
No distingo entre novela y cuento; tiendo a pensar en las narraciones como relatos que pueden ser más extensos, como novelas, o menos, como cuentos. Para mí la diferencia está en el desarrollo. Es por eso que tomo mis “cuentos” como novelas que no se han desarrollado, y mis novelas como “cuentos” desarrollados. Me refiero al desarrollo de las acciones, pero sobre a un tipo de navegación narrativa vinculada con el sentido.

Iluminar detalles, reflexionar espaciosamente sobre una acción a veces escasa, y dejar el resto a oscuras. ¿Es ese el modo linterna con que abordas los relatos? ¿Hay en ese título una pista al lector? 

A veces los títulos esconden las intenciones más altisonantes de los escritores. Si uno se fija bien, todo título bordea una impostura. ¿Cabe en la cabeza titular “Crimen y castigo”? ¿"Ulises"? ¿"El proceso"? ¿"Cien años de soledad"? En un punto, el título siempre esconde algo más ambicioso que el propio texto. Es emblema y propósito al mismo tiempo. “Modo linterna” no está libre de esa fatalidad. Me gustaba pensarlo como metáfora de una literatura que se mueve por ráfagas de luz, que ilumina zonas de lo real a medida que va dejando cosas a oscuras. Y que precisa alimentarse de áreas oscuras para “iluminar”. Entiendo la narración en general como un artefacto que muestra y esconde en un mismo movimiento. 

Una prosa cadenciosa y un enfoque pausado, calmo, en detalles, en espacios de la realidad que a menudo, como los pueblos descritos en Donaldson Park, a veces pasan desapercibidos. ¿Estamos ante relatos que cercanos al género ensayístico? ¿Se reflexiona mejor, con más libertad, desde la ficción?

Para mí el relato está vinculado a varios géneros, no sólo a una idea de peripecia en progreso constante. Estas narraciones tienen, sin ser nada concreto en particular, un poco de crónicas, de ensayo, de testimonio, de novela, etc. La ficción, en mi opinión, no es un principio; es más bien un sentido. Un sentido que sirve para tramar metáforas más o menos ensayísticas sobre el mundo.

¿Cuál es el proceso de germinación de un relato de Sergio Chejfec? ¿El cuento nace de una voz narrativa, de una idea, de un hecho…?

De varias cosas. A veces son los títulos. Se me ocurre una frase o una imagen en la que veo algo así como un potencial de desarrollo narrativo. No para que una acción progrese, sino para puedan bordearse los sentidos eventuales que esa frase o imagen llegan a disparar. O también puede ser una escena medio teatral, algo así como una célula de desarrollo escénico donde veo algo medio larval, una cosa capaz de orientarse en muchas direcciones. Y otras veces son cosas vinculadas con mi propia experiencia; sería el trabajo más de crónica o testimonial, que a veces me gusta someter a una especie de control conceptual y alrededor de cuyo “control” se trama el relato.



Tu vida ha transcurrido entre su Argentina natal, Venezuela, y Estados Unidos. ¿Cómo es la experiencia de vivir entre tantos idiomas, acentos y tradiciones literarias, en relación con la tarea de escritor?

No sé cómo habría seguido escribiendo de haberme quedado en mí país. Pero creo que fue positivo. Casi todo lo escribí en el extranjero, y de hecho una vez que me fui encontré la sintonía física adecuada a mi sensación de distancia respecto de mi propia comunidad. Uno se acostumbra a ser foráneo, tanto que terminas naturalizándolo. Tanto, a su vez, que termina pareciéndote una condición de posibilidad de tu literatura. Al mismo tiempo, la compresión del tiempo y de la distancia hace que ahora el desfasaje sea más inconcreto: estamos muy conectados, todo parece que ocurriera a un paso de donde estamos. Eso le da una dimensión más abstracta a la lejanía cuando vives en el extranjero, porque paradójicamente es ahora física en el sentido más lato de la palabra.  

En alguna entrevista, ante la comparación de tu obra con la de Juan José Saer, te refieres a él como “un gran escritor”. Con la muerte de García Márquez, ¿qué grandes escritores latinoamericanos quedan? 

Depende del lugar desde dónde se haga la pregunta y se conteste. Desde un punto de vista editorial, es probable que no queden. Pero en casi ninguna lengua o país o región quedan. Porque quienes podrían ser considerados “grandes” sus obras atentan contra esa noción de “gran obra” que alimentó el siglo XX como una rémora del XIX. Pero desde otro punto de vista, creo que sí hay muy grandes escritores latinoamericanos y son muchos de mis contemporáneos.

¿Qué escritores, obras o tradiciones han influido en el estilo tan personal de tu pluma?

En general, creo que me ha influido la tradición de la literatura que desconfía de lo que ella misma dice. 

Y para acabar, una pregunta de libreros. ¿Qué libros has leído últimamente? ¿Cuáles recomendarías?

No sé si soy muy  buen recomendador, pero cuando me preguntan hablo muy calurosamente de Victoria De Stefano, Juan Cárdenas, Hernán Ronsino, narradores; y de Igor Barreto Mercedes Roffé, Arturo Carrera, poetas.

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