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miércoles, 14 de enero de 2015

«Todo es ficción, incluyendo el periodismo y la historia.» Entrevista a Sergio del Molino, autor de Lo que a nadie le importa y nominado a los Premios Cálamo.

Su primera novela fue No habrá más enemigo, y fue elegida como uno de los 10 libros más recomendados ese año por CEGAL. Su segunda novela, La hora violeta, aborda uno de los temas más difíciles –y tabú– de la literatura (y de la vida): el libro narra un año de la vida de su hijo Pablo, desde que fue diagnosticado de un raro y grave tipo de leucemia hasta su muerte. 
Su tercera novela, Lo que a nadie le importa, es uno de los libros favoritos del año 2014, y por eso nominamos a su autor, Sergio del Molino, a los Premios Cálamo. Una novela que entreteje, como antes lo hizo en La hora violeta, la vida del autor y la ficción, pero donde además hay una búsqueda de las pequeñas anécdotas embebidas en la Historia: la Guerra Civil, la Transición, la vida de un abuelo, una frase pronunciada...

Sobre todo esto, sobre el lugar del escritor y el narrador, sobre próximos proyectos y mucho más, conversamos con Sergio del Molino: 


Sergio del Molino. ©Lara Albuixech

Una frase de la que nace una novela: tu abuelo, en su lecho de muerte, a tu abuela: «Calla, que de ti no quiero ni que me cierres los ojos.». Escuchaste la frase a los 16 años: ¿cuándo supiste, decidiste, que escribirías una obra a partir de esa escena, de ese momento de tu vida?

Creo que lo digo en la novela: de esa frase nace toda mi literatura. Ha resonado dentro de mí desde entonces, he intentado explorarla, trabajarla y entenderla, pero no había manera. He fracasado muchas veces al ponerme a escribir sobre ella. No quiere decir que esta vez haya triunfado, pero he conseguido componer un libro del que estoy orgulloso, que creo que dice algo de mí e intenta decir algo de los demás, que comunica bien y ata emocionalmente al lector. Así que ahora me siento un poco desahuciado. Esa frase me ha acompañado mucho tiempo, he querido escribir muchas veces sobre ella, y ahora que lo he hecho, me parece que me he quedado solo. Hay un vacío, ha dejado de resonar dentro de mí. La echo de menos.

Hay algunas novelas de escritores contemporáneos a ti —Los extraños, de Vicente Valero, por ejemplo— que nacen de una explícita intención del autor de investigar su pasado y, a partir de ahí, ofrecer una visión de la historia española: ¿ocurre algo similar en Lo que a nadie le importa? ¿Prima la rigurosidad de la investigación o la búsqueda de respuestas desde la ficción y los recuerdos?

Sí, claro, mi novela interpela a los españoles. España es su tema y su problema. Pero no es, respondiendo a tu segunda pregunta, un ensayo ni un libro de historia, sino una mirada literaria desde la evocación. Y, para mí, toda evocación es ficticia, si aceptamos lo caprichoso y mentiroso que es el recuerdo. Ignoro si mis preocupaciones literarias son parte de una tendencia o soy un raro. No me extraña que autores de un mismo momento y un mismo país coincidan en temas y formas de mirar. Cómo no parecernos, si compartimos tantas cosas. Pero yo me siento desligado y periférico. Toda mi literatura surge de impulsos íntimos. En cualquier caso, yo no busco respuestas. Creo que la literatura lleva mucho tiempo cuestionando la pertinencia de algunas preguntas y planteando la posibilidad de abrir nuevos interrogantes.

En una entrevista comentaste que La hora violeta te enseñó que “la intimidad resguardada y el pudor son enemigos de la literatura”. ¿Es de este aprendizaje que nace la libertad con que exploras tu pasado y tu historia?

Sin ninguna duda. Siento que Lo que a nadie le importa es una consecuencia lógica de La hora violeta. Su escritura me convenció de que necesitaba hacer una literatura que superase las cuartas paredes que las sucesivas vanguardias del siglo XX han plantado entre el autor y el lector.
Quiero reconectar, volver a una lectura donde lo emocional no sea sospechoso, y para ello he elegido el camino brutal del yo.

El postestructuralismo llegó a negar el concepto de autor en los años sesenta. Presentó la literatura como un accidente. Quienes la escribían eran poco menos que simples robots o médiums al dictado de un Geist o de una estructura. Pues bien, yo soy un antiguo, un romántico en el sentido histórico del término. Creo tanto en el autor que suprimo las diferencias teóricas que lo separan del narrador. En mis dos últimos libros, autor y narrador están confundidos. Pero no como parte de un juego postmoderno, sino como un gesto de chulería, si quieres. El yo de mis novelas es el mismo pronombre que uso para hablar de mí. No hay barreras convencionales. El lector sabe que estoy hablando de mí. Puede leer de la manera clásica, claro. Puede jugar a que el Sergio del Molino narrador no es el Sergio del Molino autor, pero creo que la lectura no funciona así. Eso es leer mojándose los pies en la orilla, y yo, al ponerme de cara y desnudo desde la primera línea del libro, fuerzo al lector a meterse entero en el agua. Hay una fuerza pasional en mi literatura que no existiría si la vida no me hubiera puesto en el camino de La hora violeta.

Lo que a nadie le importa, de Sergio del Molino. Literatura Random House, 2014

Muchas veces se te ha preguntado “cuándo escribirás una novela de ficción”. ¿Te parece que hay una línea muy distinta entre el método de tus novelas y el de una novela de “pura ficción”? En otras palabras, ¿encuentras relevante esa distinción?

No, me parece una distinción anticuada y poco útil. Dejando de lado que, poniéndonos estrictos, todo es ficción, incluyendo el periodismo y la historia, prefiero entender la ficción no como una característica sino como una herramienta al servicio del escritor. Puedes usarla o no y en según qué medidas dependiendo de tus propósitos, pero su uso no define lo literario. Es decir, un libro de ficción no es más literario que uno de no-ficción. Lo literario es una voz, una intención y un conjunto de sensaciones difíciles de analizar pero muy sencillas de apreciar. A mí me gusta situarme en las fronteras conceptuales y en las fronteras de los géneros porque creo que la novela es proteica. Si ha sobrevivido a todas sus muertes es por su capacidad casi infinita de renovarse y de subvertir los cánones.

Además de publicar obras literarias, has trabajado como reportero y columnista: ¿escritor periodista, o periodista escritor? ¿O es de la fusión de esas dos disciplinas que nacen obras como Lo que a nadie le importa?

Es que no creo que puedan diferenciarse fácilmente. Yo me considero, ahora sí, tras unos cuantos libros, escritor. Soy periodista también, y cuando me dejan, ejerzo, pero si me preguntas con qué oficio me identifico más, sin duda, escritor. Dicen que hay mucho de mirada de cronista en mi literatura, y yo estoy de acuerdo a medias. De hecho, en Latinoamérica, La hora violeta se leyó como una crónica de periodismo narrativo, y como tal se enseña en universidades de Buenos Aires y Lima, cosa que me sorprendió mucho. Pero yo me pregunto: si los críticos no supieran que soy periodista, si no leyeran la solapa antes de leer el libro, ¿apreciarían el tono cronista tan claramente? ¿Lo darían tan por descontado? Yo creo que el medio es el mensaje, y quizá mis orígenes profesionales hacen que se magnifique un aspecto de mi literatura que yo creo que no es tan dominante. Porque, para mí, el periodismo sirve para contar las vidas de los demás (y con dificultad), pero es una herramienta inútil para contar la propia intimidad. Y si algo hay en mis libros es intimidad.

Y para terminar, lo que más nos interesa como libreros: ¿Hay planes de nueva obra? ¿Novela, ensayo…?

Siempre estoy trabajando, pero no hay planes inmediatos de publicación, pues no creo que consiga tener nada publicable en 2015. Estoy metido en dos libros a la vez. Un ensayo y una novela. O lo que yo digo que son novelas. El ensayo sale de una reflexión íntima acerca de una cuestión social que yo creo que es uno de los signos de nuestro tiempo. La novela hablará de violencia política, culpa y vergüenza. Están ambos proyectos muy verdes, pero confío acabar con ellos antes de que ellos acaben conmigo.

martes, 6 de mayo de 2014

«No sé cómo habría seguido escribiendo de haberme quedado en mí país. Casi todo lo escribí en el extranjero». Entrevista a Sergio Chejfec, autor de Modo Linterna.

Este viernes nos visita en Cálamo uno de los escritores contemporáneos más singulares: Sergio Chejfec. El escritor argentino presentará su último libro, la colección de relatos Modo linterna, publicado por Editorial Candaya. Nueve relatos precisos, elegantes, habitados por vecinos invisibles, tumbas de escritores y la amable y cadenciosa prosa de Chejfec.
Sabiendo todo esto, no podemos esperar hasta el viernes para preguntarle al autor de La experiencia dramática sobre el proceso de su escritura, sobre el relato como género y muchas otras cosas. Con todos vosotros, Sergio Chejfec:

Sergio  Chejfec. Fotografía de Francesc Fernández

Hay un estilo reconocible en toda tu prosa, común al cuento y a la novela. En una época en la que para muchos el relato corto está en peligro, ¿qué herramientas te da el cuento y que la novela no tiene? 

No estoy seguro de que el relato corto esté en peligro. Más bien un tipo de relato corto ha dejado de funcionar, aparentemente. El tipo de relato conclusivo, que se apoya en el desenlace y cuyo sentido apunta a ser fácilmente asimilable. 
No distingo entre novela y cuento; tiendo a pensar en las narraciones como relatos que pueden ser más extensos, como novelas, o menos, como cuentos. Para mí la diferencia está en el desarrollo. Es por eso que tomo mis “cuentos” como novelas que no se han desarrollado, y mis novelas como “cuentos” desarrollados. Me refiero al desarrollo de las acciones, pero sobre a un tipo de navegación narrativa vinculada con el sentido.

Iluminar detalles, reflexionar espaciosamente sobre una acción a veces escasa, y dejar el resto a oscuras. ¿Es ese el modo linterna con que abordas los relatos? ¿Hay en ese título una pista al lector? 

A veces los títulos esconden las intenciones más altisonantes de los escritores. Si uno se fija bien, todo título bordea una impostura. ¿Cabe en la cabeza titular “Crimen y castigo”? ¿"Ulises"? ¿"El proceso"? ¿"Cien años de soledad"? En un punto, el título siempre esconde algo más ambicioso que el propio texto. Es emblema y propósito al mismo tiempo. “Modo linterna” no está libre de esa fatalidad. Me gustaba pensarlo como metáfora de una literatura que se mueve por ráfagas de luz, que ilumina zonas de lo real a medida que va dejando cosas a oscuras. Y que precisa alimentarse de áreas oscuras para “iluminar”. Entiendo la narración en general como un artefacto que muestra y esconde en un mismo movimiento. 

Una prosa cadenciosa y un enfoque pausado, calmo, en detalles, en espacios de la realidad que a menudo, como los pueblos descritos en Donaldson Park, a veces pasan desapercibidos. ¿Estamos ante relatos que cercanos al género ensayístico? ¿Se reflexiona mejor, con más libertad, desde la ficción?

Para mí el relato está vinculado a varios géneros, no sólo a una idea de peripecia en progreso constante. Estas narraciones tienen, sin ser nada concreto en particular, un poco de crónicas, de ensayo, de testimonio, de novela, etc. La ficción, en mi opinión, no es un principio; es más bien un sentido. Un sentido que sirve para tramar metáforas más o menos ensayísticas sobre el mundo.

¿Cuál es el proceso de germinación de un relato de Sergio Chejfec? ¿El cuento nace de una voz narrativa, de una idea, de un hecho…?

De varias cosas. A veces son los títulos. Se me ocurre una frase o una imagen en la que veo algo así como un potencial de desarrollo narrativo. No para que una acción progrese, sino para puedan bordearse los sentidos eventuales que esa frase o imagen llegan a disparar. O también puede ser una escena medio teatral, algo así como una célula de desarrollo escénico donde veo algo medio larval, una cosa capaz de orientarse en muchas direcciones. Y otras veces son cosas vinculadas con mi propia experiencia; sería el trabajo más de crónica o testimonial, que a veces me gusta someter a una especie de control conceptual y alrededor de cuyo “control” se trama el relato.



Tu vida ha transcurrido entre su Argentina natal, Venezuela, y Estados Unidos. ¿Cómo es la experiencia de vivir entre tantos idiomas, acentos y tradiciones literarias, en relación con la tarea de escritor?

No sé cómo habría seguido escribiendo de haberme quedado en mí país. Pero creo que fue positivo. Casi todo lo escribí en el extranjero, y de hecho una vez que me fui encontré la sintonía física adecuada a mi sensación de distancia respecto de mi propia comunidad. Uno se acostumbra a ser foráneo, tanto que terminas naturalizándolo. Tanto, a su vez, que termina pareciéndote una condición de posibilidad de tu literatura. Al mismo tiempo, la compresión del tiempo y de la distancia hace que ahora el desfasaje sea más inconcreto: estamos muy conectados, todo parece que ocurriera a un paso de donde estamos. Eso le da una dimensión más abstracta a la lejanía cuando vives en el extranjero, porque paradójicamente es ahora física en el sentido más lato de la palabra.  

En alguna entrevista, ante la comparación de tu obra con la de Juan José Saer, te refieres a él como “un gran escritor”. Con la muerte de García Márquez, ¿qué grandes escritores latinoamericanos quedan? 

Depende del lugar desde dónde se haga la pregunta y se conteste. Desde un punto de vista editorial, es probable que no queden. Pero en casi ninguna lengua o país o región quedan. Porque quienes podrían ser considerados “grandes” sus obras atentan contra esa noción de “gran obra” que alimentó el siglo XX como una rémora del XIX. Pero desde otro punto de vista, creo que sí hay muy grandes escritores latinoamericanos y son muchos de mis contemporáneos.

¿Qué escritores, obras o tradiciones han influido en el estilo tan personal de tu pluma?

En general, creo que me ha influido la tradición de la literatura que desconfía de lo que ella misma dice. 

Y para acabar, una pregunta de libreros. ¿Qué libros has leído últimamente? ¿Cuáles recomendarías?

No sé si soy muy  buen recomendador, pero cuando me preguntan hablo muy calurosamente de Victoria De Stefano, Juan Cárdenas, Hernán Ronsino, narradores; y de Igor Barreto Mercedes Roffé, Arturo Carrera, poetas.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Lady Di, drogas que modifican la memoria y espías que no saben que lo son. Entrevista a Javier Sebastián, autor de Puente de Vauxhall

Este viernes vuelve a Cálamo Javier Sebastián, una de las plumas más particulares y exquisitas de la literatura española contemporánea. En el 2011 fue ganador del Premio Cálamo por El ciclista de Chernóbil que fue además, elegida por Courrier International entre las diez mejores novelas extranjeras publicadas en Francia en 2013. Ahora regresa con una novela de espías ambientada en Inglaterra y protagonizada por una monja con hipermnesia, una escribiente de su vida y Lady Di, entre otros: Puente de Vauxhall (Ediciones Destino)Javier Sebastián conversará con nosotros el viernes 14 de marzo acompañado por María Ángeles Naval, profesora de la Universidad de Zaragoza.
Nos preparamos para el encuentro con una breve entrevista con el autor:

Javier Sebastián. Fotografía de Elena Perdices.

«Una vuelta de tuerca a la novela de espías». ¿Qué distingue a los espías que pueblan Puente de Vauxhall de otros más tradicionales? 

Como mínimo, existen tres tipos de espías. Los que lo parecen, los que no lo parecen y, finalmente, los que no saben que lo son. Los personajes de Ian Flemming, por ejemplo, son una exhibición de la condición del espía y pertenecen al primer grupo. Smiley, de John LeCarré, es uno de los del segundo grupo, ya que, aunque es un hombre apesadumbrado y en retirada, vive como un espía, trabaja como un espía y, sobre todo, piensa como tal. Pero hay un tercer grupo, que es el de los espías que no saben que lo son. Para mí es el grupo más interesante, porque cualquiera de nosotros podría formar parte de él. Ahí entran las espías de mi novela: una monja de un colegio de Shaftesbury, al suroeste de Londres, y una alumna suya, que ni siquiera saben que están colaborando con el espionaje. Es más, intervienen convencidas de que lo que están haciendo es justo lo contrario de lo que hacen. 

En El ciclista de Chernóbil partía también de hechos y personajes reales –el accidente nuclear, el científico Vasili Nesterenko– para construir una historia de ficción. Ahora parece repetirse el proceso, pero con una figura célebre como Lady Di… 

Los escritores llevamos trabajando con la realidad desde hace casi 3.000 años. La deformamos, la volvemos a inventar, la adaptamos a nuestras esperanzas, atacamos a nuestros enemigos cambiándola, somos maliciosos o benévolos mediante su manipulación, la desbordamos, llenamos la realidad de espectativas, sugerimos otros mundos, imaginamos, somos libres así. Bioy Casares decía que escribir ficción es añadir una habitación más a la casa. Yo diría que que es llenarla de ventanas. De lo contrario, la realidad sería insoportable. También Aristóteles diferenciaba en La Poética entre la verdad histórica y la verdad poética: esta última es aquella que cuenta los hechos no como ocurrieron, sino como podían haber ocurrido. Y la considera legítima. Algo que resulta imprescindible en toda especulación del ingenio. 
«La habilidad de un escritor consiste en tomar un personaje sobre el que todos tenemos un juicio (o prejuicio) y devolvérselo a los lectores transformado.»

Además de hechos históricos, en Puente de Vauxhall tiene un gran papel la ciencia, por ejemplo en las drogas que modifican la memoria... 

Existen experimentos relacionados con el borrado y descontextualización emocional de la memoria, en efecto. El ZIP, por ejemplo, es un inhibidor de una enzima del cerebro conocida como PKM zeta y que en el laboratorio se ha demostrado eficaz para borrar un recuerdo elegido entre otros. El resto permanece y así lo cuento en la novela. Los doctores Yadin Dubai, del Instituto Weizmann de Rehovot, en Israel, y Todd Sacktor, de la State University de NuevaYork, investigan con el ZIP. Luego está el Propranolol, que el doctor Merel Kindt, de la Universidad de Ámsterdam, ha empezado a probar en humanos. Y la Butyrolactona, y también los agentes que bloquean la enzima CDK5. La revista Science ha publicado las conclusiones de un estudio de Gregory Quirk sobre un factor neurotrópico derivado, llamado BDNF, que está dando resultados en laboratorio. Investigadores de la Universidad de Lovaina y de la Andrés Bello, de Chile, sostienen que la sinapsis no se produce entre una neurona y otra, sino que hay un intermediario, al que llaman astrocito, y acaban de patentar un fármaco que bloquea los gliotransmisores, lo que permie anular los recuerdos seleccionados, es lo que puede leer en el boletín de la Federation of American Societies for Experimental Biology. Todo ello convoca una pregunta: ¿quiénes somos? En el fondo, llevo escribiendo sobre la identidad desde mi primera novela. 



En relación a la pregunta anterior, ¿resulta difícil hacer verosímil en una novela algo real pero difícil de creer, como es el caso de la modificación de los recuerdos a través de fármacos como ZIP? 

En la mayoría de los casos nos cuesta más creer la realidad que la ficción. Un náufrago que pasa semanas a solas en el mar y no muere, un hombre que vive con una chapa de acero que le ha atravesado el cráneo y la lleva alojada en el cerebro, un recluso al que suplanta su hermano en la cárcel. Todo eso es real. A diario se pueden leer noticias en los periódicos que nos ponen a prueba. Hoy existe un Boeing 777-200 desaparecido y los expertos sostienen que es imposible, que con la tecnología actual tendría que haber dejado algún rastro. La verdad es más inverosímil que la ficción. 

Y para acabar, dos preguntas de libreros: ¿Qué libros nos recomienda?, y ¿qué debemos esperar de lo próximo de Javier Sebastián? 

Estoy leyendo la última novela de Zadie Smith, NW London. También he leído últimamente las novelas de Alan Bennett, que son muy entretenidas, y las de Dorothy Stevenson. Houellebecq me interesa mucho, lo mismo que Jean-Philippe Thoussaint. Pronto saldrá la nueva novela de Martínez de Pisón y estoy a la espera. Por mi parte, de mi próximo libro sé todavía poco, solo que en él aparecen dos hermanos que se miran. Bueno, en realidad no es poco. Es muchísimo. Es casi todo. Llevo meses preguntándome si acaso no sobra todo lo demás. 


¡La conversación continúa este viernes en Cálamo!

sábado, 15 de febrero de 2014

Entrevista a Jorge Sanz Barajas. « Cada vez que te enfrentas con setenta personas que han leído un libro, descubres que hay setenta libros distintos.»

Este lunes a las 20 horas nos visita en Cálamo un escritor que querrás conocer: Jorge Sanz Barajas. Es autor de dos novelas, ha escrito para publicaciones como El País, Revista de Occidente, Fundación Max Aub, y coordina un taller de lectura de novelas en el Centro Pignatelli en Zaragoza.
Sobre todas estas actividades, y sobre su última novela, Las hadas muertas (Sibirana Ediciones), conversa en esta breve entrevista para anticipar el encuentro:

Jorge Sanz Barajas. Fotografía de J,C.

Las hadas muertas: ¿cuento de hadas o novela detectivesca?

Es un cuento de hadas con más cadáveres de la cuenta… En realidad es la peripecia de Merencio, un detective que no quiere serlo, pero  a quien le suelen caer casos raros. En esta ocasión, una serie de muertes rituales en el Barrio de Las Fuentes, que evocan cuentos de hadas, le llevan a tener que indagar. La policía no tiene ni idea de cómo abordar la investigación, pero Merencio es un tipo intuitivo que cree que todo ha sido escrito ya alguna vez y basta con encontrar las citas adecuadas. No le gusta el mundo criminal pero le genera un morbo increíble el pulso que entabla con él o la criminal. 

Merencio, un detective «raro en cuya cabeza bullen libros y frases, una mente cuya lógica es tan extraña como fascinante»: ¿Tiene antepasados literarios? ¿Poirot, Dupin, Sherlock, o algún otro?

En realidad se parece más a Chesterton y al padre Brown que a cualquier otro. Tiene como libro de cabecera la Ortodoxia del escritor inglés. Pero es y piensa como un habitante del Barrio de Las Fuentes. Está divorciado, es un perdedor nato, se malgana la vida traduciendo libros del inglés, no paga el alquiler, visita a diario a su padre, enfermo de alzheimer pero con una extraña lucidez, y saca a mear a su perro Eugenio, todo un personaje también… Merencio es noble, hospitalario y legal, pero está harto del mundo y es un escéptico. Ahora bien, está enfermo de literatura, –como Vila-Matas, el mal de Montano– y cada cosa que ve o hace le trae una cita o un episodio narrativo. Tiene un gusto literario exquisito. Su padre es un linotipista jubilado de esos que se leía hasta la etiqueta de las galletas maría, y le enseñó a leer antes de destetarlo.

Merencio ya aparece en La balada del ahorcado, una novela en venta en Bubok y gratis en formato pdf. ¿Cómo ha sido tu experiencia en este tipo de plataformas de autoedición?

Tuvimos una experiencia agridulce. Esa novela fue finalista en el Primer Premio Insula del Ebro, pero el ganador había presentado –y ganado- una semana antes el Javier Tomeo con esa novela y no renunció a éste. La novel quedó en la peor de las situaciones posibles: finalista con premio desierto y sin editor. Ramón Acín me dijo algo que aún no le he agradecido lo suficiente: me dijo “tu novela se sostiene”. Yo, que no soy tonto del todo, capté que aún me quedaba mucho por hacer. Hoy prefiero que nadie la lea hasta que no la revise a fondo porque hay errores que no cometería de nuevo. Así que, por favor, no la lean. Respecto a la experiencia de autoedición, exige mucho esfuerzo de autopromoción y yo no soy un apasionado del autobombo, así que fue bien sin más: salimos del paso. Soy muy crítico con lo que hago y tiro la mitad de lo que escribo o más. Leo mucho y cuanto más leo más me convenzo de que me queda muchísimo por aprender. Veo gente a la que admiro haciendo cosas espléndidas. Me decía Pepito, de Antígona, el otro dia, que es el mal de los que leemos más que escribimos.




Coordinas un taller de lectura de novelas en el Centro Pignatelli. ¿Cómo es la tarea de coordinar una lectura -experiencia solitaria por definición- de manera colectiva?

Es una experiencia espléndida. Cada vez que te enfrentas con setenta personas que han leído un libro, descubres que hay setenta libros distintos. Es maravilloso ver cómo lee la gente, qué descubre, qué ganas tiene de compartir y desde cuánta cultura se encaja un libro, seas juez, médico o amo de casa, tengas veinte o setenta años. En un principio nos reunimos para compartir lecturas, luego podemos saltar a desentrañar técnicas, la voz, el ángulo, el tono, efectos, etcétera. Hay gente que comenta películas o libros que le ha sugerido la lectura… Lo mejor viene cuando alguien que las pasó canutas para pasar las primeras páginas de En la orilla, de Chirbes, confiesa que después de la hora del taller ya no lo pudo dejar.

¿Novelas favoritas del 2013? ¿Las que resultaron más interesantes en el taller?

Han gustado especialmente Venían a buscarlo a él, de Berta Vias Mahou, y Daniela Astor y la caja negra, de Marta Sanz, que vino a comentarla el 9 de enero al taller y causó sensación con su inteligencia viva y chispeante.


Continuamos la conversación este lunes a las 20 horas en Cálamo. Se servirá un vino por cortesía de Care Bodegas y Viñedos

sábado, 11 de enero de 2014

Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral: «La recomendación y guía del librero es más necesaria de lo que ha sido nunca.»

Entre los nominados a los XIII Premios Cálamo figuran dos obras de Seix Barral: Intemperie, de Jesús Carrasco y La habitación oscura, de Isaac Rosa. En el blog hemos podido conversar con ambos durante este año y contar con su presencia en la librería.
Hoy tenemos la oportunidad de conversar con Elena Ramírez, la directora editorial de Seix Barral y ahora también Directora de Ficción Internacional del Grupo Planeta. Su labor como editora ha significado no sólo el descubrimiento y la apuesta por voces nacionales sino también un cambio de identidad y una recuperación del sentido del sello en sus años fundacionales.

Elena Ramirez. ©Marc Arias
Intemperie, de Jesús Carrasco: un debut literario en un sello centenario y de mucho peso en el mercado editorial.  Fue un éxito rotundo en la feria de Frankfurt –venta a 13 países- y lleva ya numerosas ediciones. Ha sido nombrado ‘libro del año’ por algunos medios y por los libreros de Madrid. Al mismo tiempo,  ha sido un éxito de ventas. ¿Cuál es tu lectura como directora de una editorial que hace posible este fenómeno?

Es muy positiva. Descubrir, publicar, difundir una primera novela de calidad y que el trabajo realizado tanto del escritor como de la editorial se vean refrendados por lectores, libreros y críticos es lo más gratificante de esta profesión. Me siento feliz y orgullosa.

Intemperie, una novela debut, y La habitación oscura, obra de un autor precedido de premios y de obras como El vano ayer. ¿Cómo ha sido el proceso de gestación de los dos proyectos nominados a los Premios Cálamo?

El de Intemperie es un proceso de años de trabajo de Jesús en solitario. Paciencia, pulido, medida de sus posibilidades, paciencia, tiempo, pulido, paciencia, pulido y auto exigencia máxima.  El de La habitación oscura es diferente. El libro sale de una idea, y a diferencia de los demás libros de Isaac no surge de una idea social o política elaborada, sino de una epifanía temática, esa habitación oscura. Su buenísimo hacer narrativo ha hecho el resto, dotarlo del sentido crítico, social y político que tiene el resto de su obra y convertirlo en una novela apasionante.


¿Existe más riesgo en publicar operas primas que en editar, por ejemplo, traducciones de libros que ya han sido éxito en el mercado de su idioma original? Y en el reverso de esa pregunta, ¿existen fórmulas infalibles?

Jaja. Si existieran fórmulas infalibles habría mucho autor, librero y editor muy afortunado. No, no las hay. Ambas cosas tienen su riesgo, pero este no se mide sólo en función del tipo de texto, sino del anticipo invertido en su compra, en la inversión en el lanzamiento, etc...

¿Cómo definirías el valor intangible, de identidad, de catálago, de tradición y actualidad que aporta Seix Barral a las obras del sello? ¿Qué cambios ves y has visto en ese valor y en esa identidad desde que entraste en la editorial, hace ya más de una década?

Creo que Seix Barral es una referencia para un público letraherido desde luego y también para el lector más o menos habitual que busca libros de calidad. A lo largo de estos últimos años Seix Barral ha cobrado fuerza en esa labor de prescripción y recuperando el sentido inicial del sello, su identidad, y apostando, en esta línea, por voces nuevas de enorme talento y futuro.

Intemperie y La habitación oscura. Nominados a los XIII Premios Cálamo.

Ya sea desde la docencia, el trabajo junto a becarios o el asesoramiento puntual: ¿Qué tipo de relación tienes con nuevos o futuros editores?

Toda la que puedo, ya sea en el entorno laboral que describes (becarios, asistentes, editores junior) ya sea a través del máster de edición de la Pompeu en el que doy clase. Me gusta, especialmente, la labor de los nuevos editores independientes. Hay de todo, como en botica, pero hay algunos buenísimos.

¿Cómo ves el papel de las librerías en el proceso de construcción de la identidad de un libro en el circuito editorial? [Venta, promoción, eventos…]

¡Esencial! La recomendación y guía del librero es más necesaria de lo que ha sido nunca. La oferta es enorme, y las fuentes de información ilimitadas vía internet. No hay filtros para la prescripción. 
«Hay infinidad de casos en los que los libreros habéis cambiado la vida de un libro, ejemplar a ejemplar, a pulso. Y de forma definitiva.»
Pregunta obligada a los editores: ¿tus libros del año?

El de Marta Sanz y el de Eloy Tizón… entre los españoles, ay, pero no sólo. Zadie Smith, maravillosa, Munro, ay…

Y ahora un interés muy propio de nosotros, libreros: ¿Novedades en el catálogo de Seix Barral? ¿Nuevas apuestas de autores nacionales para el 2014? ¿Alguna primicia?

Partimos con un disparo en el corazón de Ricardo Menéndez Salmón en Niños en el tiempo, después con una novela hipnótica, rara y maravillosa de Mario Cuenca Sandoval, Los hemisferios; luego vienen La mujer loca, nueva novela del mejor Millás; La buena reputación, el libro más grande en todos los sentidos de Ignacio Martínez de Pisón, no se puede salir de él, o Kassel no invita a la lógica de Enrique Vila Matas. Y una sorpresa, Londres después de medianoche, una joya para amantes de la literatura y el cine de un joven autor mexicano que va a ser publicado en medio mundo, llamado Augusto Cruz. ¡Sí, un programón!



lunes, 14 de octubre de 2013

«Lo fundamental era alcanzar una escritura que hiciese sentir a oscuras al lector». Entrevista a Isaac Rosa, autor de La habitación oscura

Isaac Rosa (Sevilla, 1974) es un narrador que construye con su prosa obras que van más allá de lo puramente estético, lo puramente narrativo. Hay detrás una reflexión y una invitación a la reflexión. Quien haya leído El vano ayer (Seix Barral, 2004) o su última novela, La habitación oscura, sabrá de qué hablamos. Si en la primera el autor experimentaba con la ficción histórica, en La habitación oscura los hechos se entrecruzan con la realidad más radicalmente actual –crisis, explosión tecnológica, alienación– y vuelven del todo imposible para el lector salir de la novela ileso. Como anticipo de su visita el próximo jueves 17 de Octubre en Cálamo, conversamos con Isaac Rosa sobre su último libro.

Isaac Rosa. 

Comencemos por los aspectos estéticos de La habitación oscura.  Una de las cosas que suelen decirse de El corazón de las tinieblas, de Conrad, es que su traducción es difícil porque el inglés tiene muchas más palabras para matizar los distintos tipos de iluminación y oscuridad, y Conrad prácticamente agota el idioma en ese sentido. ¿Fue un desafío para ti escribir esta novela donde la mayor parte de la acción –descrita siempre con enorme precisión–  tiene lugar a oscuras?

Isaac Rosa: Sí, fue un desafío, y todavía me parece milagroso que haya conseguido salir vivo de la habitación oscura. Lo fácil era perderse en ella, enredarse en la potencia literaria de la oscuridad, y yo mismo tropecé varias veces mientras escribía, deambulé a ciegas por ella y tardé en encontrar la voz desde donde contarla y el ritmo que buscaba. Lo fundamental era alcanzar una escritura que hiciese sentir a oscuras al lector, ya que éste entra en la habitación desde la primera página, y no sale hasta la última. La mayor parte de las decisiones formales en la novela apuntaban en la misma dirección: reproducir un discurso “a oscuras”, trasladar a la página el tipo de pensamiento que uno tiene cuando pasa mucho tiempo a oscuras y en silencio: un pensamiento embarullado, irresistible, desbocado, confuso, a veces acelerado, otras muy lento hasta congelar el tiempo, que no respeta cronologías, que avanza y retrocede. Y lleno de imágenes, porque por paradójico que parezca, la oscuridad está siempre llena de imágenes, que incluso se ven con más claridad que cuando la luz nos deslumbra. Es cierto que el lenguaje era otro desafío: evitar la repetición de palabras pero sobre todo de figuras literarias, prolongar la sensación de oscuridad durante decenas de páginas sin ser redundante.

La habitación oscura que da título a la novela es un refugio de escape de la realidad para algunos personajes, y un punto de partida, de toma de consciencia y de lucha para otros. ¿Crees que en el acto de escribir, de hacer literatura, se presentan estas dos opciones: escapar o criticar? ¿Hay por tu parte, en el momento de crear La habitación oscura, algún tipo de decisión consciente en este sentido?

I.R.: La habitación de esta novela, que es en primer lugar un espacio físico, es también un lugar simbólico, y con fuerte carga metafórica. Representa un refugio, pero no solo eso: su oscuridad es una forma de no ver ni ser visto en un mundo de hipervisibilidad; y es además una posibilidad de salir del mundo entrando en ella, las categorías dentro-fuera se intercambian. Comparar la habitación oscura con la propia literatura no entraba en mis cálculos, pero reconozco que mi capacidad de elaborar metáforas se ha visto desbordada por esta habitación oscura, que no deja de sumar nuevas interpretaciones según entran los lectores. Dicho esto, comparto que existen esas dos opciones al escribir: escapar o criticar. Pero las fronteras entre ambas opciones no son claras ni impermeables.

La habitación oscura. Seix Barral, 2013.

Los personajes de la novela conforman un mosaico del que puede decirse con facilidad que “describe a una generación”. Sin embargo, el alcance de las historias y los quince años que abarca la novela amplían ese espectro. ¿Crees que sea posible que, como a Cortázar con Rayuela, hayas pensado en los problemas de una generación y hayas descrito también los de la siguiente? ¿La de los que ahora comienzan su vida laboral, su independencia?

I.R.: Lo de “novela generacional” siempre es algo conflictivo. Yo no tenía intención inicial de escribir algo así, y si lo hago no es con intención sociológica, sino personal, y esa clave generacional tiene una obvia explicación biográfica: desde el momento en que hablo de “mi crisis”, la forma en que percibo el tiempo que vivimos, lo hago desde una sensibilidad, un pasado y unas expectativas que son comunes a buena parte de quienes como yo nacieron en los setenta, quienes hoy llegamos a la edad adulta en medio de este derrumbe generalizado. Y sí, acabo llegando a un relato generacional, aunque no escrito para una generación determinada, sino desde ella. No sé si ese retrato es válido para quienes vienen después. Pienso que los nacidos en los ochenta, o no digamos ya los noventa, están en mejores condiciones que nosotros para enfrentar el presente, aunque a menudo nos parezca lo contrario. Ellos tienen (o deberían tener) menos miedo que nosotros, pues tienen menos que perder, no temen perder unos derechos, un bienestar y unas promesas que apenas han disfrutado o que ya habían desaparecido cuando ellos llegaron. Eso debería hacerlos más audaces que nosotros.
«Todavía me parece milagroso que haya conseguido salir vivo de la habitación oscura. Lo fácil era perderse en ella, enredarse en la potencia literaria de la oscuridad.»
Por último. Contra la idea de la oscuridad, del aislamiento total, ubicuas en la novela, se contrasta otra idea igualmente presente: la del panóptico, la de la observación total y constante de la intimidad a través de las nuevas tecnologías. ¿Hay un punto medio de comodidad, de conciliación, entre estos extremos? ¿Crees que es posible encontrar la convivencia de la intimidad y la explosión tecnológica?

I.R.: Esa es otra de las interpretaciones de la novela, lo comentaba antes: la oscuridad de la habitación frente a la hipervisibilidad en que vivimos, este tiempo en que somos observados y a la vez observadores sin descanso, siempre estamos viendo y siendo vistos. Como muchos, yo siento una creciente “fatiga de visibilidad”, me agota estar sometido a continuos estímulos visuales, tener que ver el mundo en tiempo real y a todas horas desde todas las pantallas. Y a la vez estar permanentemente a la vista, expuesto, desde la perversión del panóptico, donde tal como lo formuló Bentham, lo importante no es tanto que te vean, como que puedan hacerlo; no tanto que te observen, como que tú pienses que puedes ser observado. Es ya un lugar común remitirnos a Orwell y su 1984, pero así es: uno abre hoy su novela anticipatoria y se encuentra enseguida con la ‘telescreen’ que Orwell sitúa en todas las casas, que funciona a la vez como televisor y como cámara de videovigilancia permanente. No puedo dejar de pensar que tengo una perfecta ‘telescreen’ sobre mi mesa de trabajo, o ahora también en el bolsillo con los dispositivos móviles. No sé si es posible ya una convivencia entre intimidad y tecnología, la invasión de la segunda sobre la primera es apabullante, y como se dice en algún momento de la novela, la intimidad es ya un lujo, una forma de poder adquisitivo, al alcance de quienes pueden permitírselo. Por otro lado, tampoco parece importarnos demasiado, teniendo en cuenta las facilidades que nosotros mismos damos, y la normalidad con que aceptamos las revelaciones de Snowden sobre el espionaje generalizado, o la indiferencia que nos provoca algo de lo que hablo en mi novela: la extensión de las tecnologías de vigilancia al ámbito de las empresas, para controlar a los trabajadores.

 Isaac Rosa presentará La habitación oscura el próximo jueves 17 de Octubre en Librería Cálamo. ¡Continuamos ahí!

jueves, 30 de mayo de 2013

Ramon Girbau: «¿Nuestro lector? Alguien que lee de rodillas, con devoción»

La primera persona con la que uno se topa cuando quiere dirigirse al sello editorial Días Contados es Virginia Woolf. Ni más ni menos. 

«He soñado a veces que cuando amanezca el día del juicio, y los grandes conquistadores y abogados y juristas y gobernantes se acerquen para recibir su recompensa, el Todopoderoso, al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo, se volverá hacia Pedro y dirá, no sin cierta envidia: “míralos; estos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Son los amantes de la lectura.»

He aquí el noble emblema que encabeza el pórtico a la casa de Días Contados, dentro de la cual conversamos con su editor Ramon Girbau, uno de los artífices de esta exquisita editorial barcelonesa, que nos ha surtido de más de uno y de dos títulos magníficos. 

***

A pesar de las inclemencias, los lectores más exigentes han podido constatar de un tiempo a esta parte cómo las librerías vienen surtiéndose de una notable relación de editores independiente y tremendamente exigentes. Dentro de ese marco de clara determinación hacia la literatura más elegante, ¿cuál es el distintivo de Días Contados que hace de él un sello único? 

Si se nos permite la licencia y la ironía —y admitiendo a mero título de hipótesis que Días Contados sea un sello único—, se trataría de que estemos editando libros a pesar de nuestra práctica inexistencia: lo cierto es que la editorial no tiene estructura alguna, ni empleados, ni agentes ni distribuidor, y se basa exclusivamente en el trabajo y el tesón de dos personas, tres amigos y una gata (pelo corto, color gris y ojos ámbar). El resto de atributos fundamentales (el gusto por la literatura, el gusto por los libros, religados, con una cubierta como Dios manda y con páginas de papel, la ilusión desinteresada y una cierta presbicia para el negocio) son comunes a un puñado de proyectos editoriales que trabajan y resisten en la misma línea y que hacen que pasearse por algunas librerías sea todavía un placer sin parangón.

Aunque todo editor estime que quiere a todos sus hijos por igual, ¿dirías que hay alguna joya de la corona en el catálogo? 

No sé si coincidiríamos necesariamente todos los implicados (los dos + tres + la gata): quizás Aprendizaje del dolor, de Carlo Emilio Gadda, sea nuestro libro más poderoso y en el que más nos tocó trabajar. Un long-badseller, por supuesto, pero sin discusión la mejor de nuestras portadas.

¿De dónde surgen los editores de Días Contados y cómo llegan a idear el concepto del sello? 

La cosa arranca de una serie de conversaciones informales en las que, por motivos distintos unos y otros, confluye un deseo de pasar de leer (y comprar) lo que otros editan a proponer a otros lo que sería bueno que leyeran (y compraran). Se trata de un impulso un punto ingenuo y modesto pero realista y con una clara comprensión desde el principio de las exigencias de la contabilidad. Diríamos, tras cuatro años de andadura y veinte títulos publicados, que el propósito se está cumpliendo muy razonablemente: sin beneficio material pero sin pérdidas inasumibles, y con la ilusión intacta.

«El gusto por la literatura, el gusto por los libros… son comunes a un puñado de proyectos editoriales que trabajan y resisten en la misma línea,  y que hacen que pasearse por algunas librerías sea todavía un placer sin parangón« 

Días contados edita en castellano y en catalán. ¿Cuál es el criterio que habéis seguido para volcar las respectivas obras a uno u otro idioma? 

El bilingüismo es una clara afirmación de principios desde el inicio mismo del proyecto. Se trata de un bilingüismo algo asimétrico (José Jiménez Lozano nos prologó, en castellano y del bueno, la traducción al catalán del Diario de Julien Green correspondiente a los años 1933 a 1939, y Antonio Muñoz Molina, con el mismo esquema y generosidad, la traducción catalana de Historias de Kolimá, de Varlam Chalámov) pero en el que vamos a seguir insistiendo y que los lectores que buscamos no sólo soportan sino que apoyan, diríamos. El criterio de elección es un punto errático: a veces la disponibilidad de los derechos, otras el deseo de trabajar con un traductor determinado, sin reglas preconcebidas. El caso es que, a la postre, resulta que hemos publicado aproximadamente la mitad en una lengua y la mitad en la otra, y que la respuesta de los lectores ha sido muy razonablemente buena en ambos casos.



¿Cómo describiríais al lector de Días contados? 

A alguien que lee de rodillas, con devoción. Sexo, raza, edad, credo, filiación: irrelevantes.

Sobriedad, sofisticación, minimalismo, pulcritud… son las señas en el diseño de los libros. ¿Qué editoriales o diseñadores os sirvieron como referente? 

Por abreviar y aunque el resultado final sea diverso: Pre-Textos y Verdier. Y habría que citar, claro, la portada de La ciudad y los perros de Seix Barral, de hace ya tantos años.

De principio a fin, es imposible pasar por alto vuestro manifiesto de intenciones. Siendo un sello de distribución nacional destacáis la idiosincrasia barcelonesa; aclaráis que el vuestro es un espíritu liberal en un tiempo en que esta palabra casi parece un tabú; y al fin habláis de publicar «pequeños textos mayores de las letras contemporáneas por el sólo gusto de hacerlo». ¿Provocadores por naturaleza?, ¿o simplemente sinceros en una época de mucho comedimiento?  

Lo escribimos al inicio, como quien dice a mano en una servilleta, y sigue valiendo. La cita impagable de Virginia Woolf que encabeza nuestra página web nos sigue sonando tan bonita como cuando empezamos.

«Quizás Aprendizaje del dolor, de Carlo Emilio Gadda, sea nuestro libro más poderoso y en el que más nos tocó trabajar.» 

Por lo común, la actitud de los editores en España suele pivotar entre dos lemas: «Cada vez hay menos lectores y el futuro sólo puede ser negro», o bien «Aún está todo por hacer». ¿Optimistas o pesimistas, y con qué matices? 

La pregunta es buena porque ambas afirmaciones son justamente ciertas. Las enfrentamos, también desde el principio, con realismo e ilusión. De ahí el nombre de la editorial, huelga decirlo. 

viernes, 24 de mayo de 2013

Javier López Menacho: «hay que aferrarse a los sueños e ilusiones que nos queden»

Javier López Menacho plantó cara a su situación laboral cuando ya no pudo aguantar más. De trabajo precario en trabajo mal pagado, el agotamiento aumentaba y sus expectativas laborales caían en picado, como lamentablemente sigue ocurriendo en España. Su interés por la escritura sufrió un nuevo aliento gracias a un curso de periodismo narrativo. Ya habían arrancado sus conocidas crónicas, las chococrónicas, de cuando Menacho trabajaba con un disfraz de chocolatina por algunos centros comerciales. Con buena prosa, sentido del humor y no sin falta de crítica hacia las injusticias del momento, continuó con el proyecto de desahogo literario hasta que vio que de ahí podía salir una novela: Yo, precario. La novela no solo salió, sino que ha generado un revuelo en el mundo periodístico necesario y sano. El interés de los medios de comunicación y de los críticos literarios sigue en aumento, pero su honestidad se mantiene, igual que al principio. Desde la primera crónica hasta esta entrevista. Y esto es solo el comienzo.

                                                                                         Por Ana Portnoy.

Tendremos la oportunidad de conocer a Javier en la librería Cálamo el próximo martes 28 de mayo.

—Apareciste con discreción en el panorama literario, y la cosa no ha hecho más que crecer. ¿Crees que tu libro ha salido en el momento oportuno, que ahora la gente está receptiva ante este tipo de situaciones de precariedad laboral? 

—Siempre defiendo la honestidad de este libro. Su escritura no entendía de fechas ni de publicaciones. Lo escribí como catarsis personal, sin pensar en que fuera, o no, oportuno. De hecho, ni siquiera tenía editorial, eso surgió más tarde y porque yo la busqué, así que siempre que me dicen que si ha sido un libro oportunista respondo que no, que fue creado con una intención puramente literaria. Me siento brutalmente honesto.

—Lamentablemente, este tipo de empleos han existido siempre, mal pagados y abusivos, ¿quizás ahora son todavía más duros y exigentes?

—Los trabajos abusivos y mal pagados, como dices, siempre han existido y, me temo, existirán. Lo que pasa es que ahora se han generalizado y encontramos más trabajos mal pagados que decentemente remunerados. El trabajo precario se ha extendido como una plaga social, los derechos laborales se han recortado y la reforma laboral ha ayudado a que existan más desigualdades. Se han bajado los sueldos, han subido los impuestos y se despide con mayor facilidad. Esto genera una sensación de urgencia muy peligrosa a nivel social. La dureza y exigencia siempre estuvieron ahí, sólo que ahora lo vemos más. 

—¿Por qué decides llamar a tu trabajo de blogger ‘chococrónica? ¿Qué necesidad tuviste para comenzar a escribir esas experiencias y no hablar, pongamos, de cualquier otro tema para no pensar justamente en tu trabajo?

—Lo llamé chococrónica porque me parecía que la fonética era atractiva, por el juego entre mascota de chocolatina y crónica, porque tenía gancho. La realidad fue que tenía un 200% más de visitas en apenas 3 o 4 crónicas.
Por otro lado, tenía que quitarme el demonio que albergaba en mi interior. 

Estaba pasando una mala situación laboral y eso repercutía en mi vida personal, llevándome a una constante insatisfacción. Así que busqué maneras de aferrarme a otras ilusiones, alejadas del ámbito laboral. Estaba estudiando un curso de periodismo narrativo, así que vino en el mejor momento.


Empecé a quitarme esa sarna que iba acumulando narrando mis vivencias. Fue terapéutico y me ayudaba a mantener mi cabeza en orden. A parte, me ayudaba a quitarme rencor y me daba un motivo para ir al trabajo. Todo encajaba perfectamente. Cuando llevaba varias crónicas, comencé a pensar en clave de novela.

—¿Notaste en algún momento que te estabas forjando un personaje? Es decir, ¿que ibas dejando de ser Menacho para convertirte en ChocoMenacho?

—Lo he notado, y lo noto, mucho. El boom mediático es así. He intentado controlarlo, pero me ha pillado desprevenido (nadie esperaba una respuesta así), demasiado ingenuo para un mundo así. Me convierto, sin quererlo, en una caricatura de mí mismo. Lo bueno de todo esto es que los medios no tienen memoria, y el día de mañana, seré pasto del olvido y me tendré que ganar de nuevo la voluntad de un editor. Así que dentro de lo que cabe, estoy bastante tranquilo. Al final, todo vuelve a la literatura.

—Tu testimonio es una prueba de resistencia, de querer sobrevivir de una forma digna ante un presente oscuro. Pese a las condiciones laborales, mantuviste tu voluntad de escritor y finalmente has logrado un resultado que está llegando a mucha gente. ¿Deben los jóvenes españoles continuar luchando por hallar un trabajo digno en este país o realmente hay que irse fuera?

«Me niego a creer que la única solución sea partir»

Y también me repito mucho pero hay que aferrarse a los sueños e ilusiones que nos queden. Buscar tu factor diferencial, eso que sólo tienes tú, y aprovecharlo, sacarle el máximo partido. Ser proactivo y mirar más allá de esta realidad tenebrosa. Así que abogo por estar donde queremos estar y no resignarnos a que nos impongan una realidad. No, hay que lucharlo mucho antes de tirar la toalla.

Yo, precario.

—Una vez ya has podido plasmar y publicar lo que es tu primer trabajo como cronista en forma de libro, ¿cuál es el siguiente paso que quieres dar? ¿te has planteado alguna vez lanzarte a la ficción?

Pase lo que pase, no habrá un yo, precario 2. Hay 2 terrenos sobre los que me quiero desarrollar. Uno es el ámbito de la ficción, donde quiero acampar en mis próximos proyectos. Y el otro es seguir, de alguna manera, con la crónica periodística y narrativa. Pero para ello necesito un motivo, una intencionalidad igualmente pensada. Me gustaría hacer algo tipo 'On fire', de Joe Kelso y Vanity Dust, pero no tan hardcore. O sí, no sé. Alguna crónica de mayor extensión.  

—A nivel de referentes, siempre mencionas a autores del campo del periodismo y también de la literatura, ¿cuáles han sido dichos autores? ¿qué sacaste de cada uno de ellos?

—Tengo muchos referentes. El que más me influyó fue Hunter S. Thompson, porque Anagrama sacó por las fechas de la creación del libro, 'El escritor gonzo'. Realmente fue el germen de la idea semigonza de las chococrónicas. Y luego también me gusta mucho Rodrigo Fresán, Martín Caparrós, y alejados de ese estilo, Gabriela Wiener o Enric González

«Se confunden narradores que hacen periodismo con periodistas que hacen de narradores. Y eso es bueno, aporta riqueza, pluralidad, amplitud de miras»

—¿Qué piensas del panorama mediático actual? ¿Está la prensa a la altura de las trágicas circunstancias del país? ¿Cómo crees que se podría mejorar el periodismo en España?

Como cualquier persona que conozca mínimamente la realidad, pienso que estamos en un mal momento. Los periodistas se están convirtiendo en multiusos que cortan y pegan notas de prensa y que van a mil por hora, mal pagados y con la espada de Damocles siempre sobre su cabeza. Por tanto, así no hay quién haga buen periodismo. O al menos, no generalizadamente. Los medios tradicionales de papel, cada vez se le notan más sus verdaderos colores y falta independencia
En ese sentido internet ha traído consigo nuevas propuestas interesantes: SigueLeyendo, Jot Down, Orsai, Mongolia, eldiario.es, etc. son medios que mezclan calidad de contenidos e independencia. Creo que por ahí van los tiros. Se tiene que trabajar en cómo hacer viables esos proyectos, cómo conseguir su pervivencia económica. Pero lo que está claro es que hay que hacerlo alejado del sistema piramidal anterior que estaba devorando los periódicos por dentro. Claro, en cuanto se ha apretado la cosa y el de arriba ha querido mantener sus privilegios, se ha desmoronado el castillo de naipes. 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Manuel Vilas: «Yo inventé una Zaragoza que no se había visto jamás»

Dónde empieza el personaje de Manuel Vilas y dónde acaba la persona de Manuel Vilas —o al revés— es un interrogante que a veces puede asaltar a quien ha tenido cerca al inconfudible escritor. Pero Vilas no hay uno solo. 
O sí. 
Vilas es uno y muchos. Él es, por encima de todo, una actitud. El arquitecto literario de la Zaragoza actual. Y un ensayista camuflado de contador de historias. Y un inventor polifacético, como así ha revelado con su última novela, El luminoso regalo, en la que ha pegado un giro radical en relación a sus títulos anteriores. Manuel Vilas es también uno de los autores favoritos de Cálamo, y próximo invitado de honor en la librería. Anticipando un merecidísimo homenaje aprovechamos para conversar con él. 



Durante algún tiempo, uno de los detalles de tu literatura más sonados fue el descubrimiento que hiciste de Zaragoza al resto de lectores españoles, acostumbrados a una literatura que parecía pivotar solo entre Madrid y Barcelona. ¿Tendremos más Zaragoza en los próximos títulos de Vilas? ¿Cuál es actualmente tu relación con la ciudad? 

MV: Yo inventé una Zaragoza que no se había visto jamás. La Zaragoza que salía en la literatura anterior o simultánea a la mía era tradicional, histórica, costumbrista y realista, cosa que está muy bien y que aplaudo. Tiene que haber de todo. Pero a mí me apetecía otra cosa y entonces me inventé una posmoderna, fantasiosa, batmaniana, kafkiana, inesperada. Mi relación con la ciudad es excelente. Yo amo Zaragoza, pero me gusta pensar que Zaragoza puede expandirse por terrenos literarios que vayan más allá del realismo y del costumbrismo. Repito: tiene que haber de todo, y Zaragoza da para un imaginario literario inacabable. Se puede seguir haciendo realismo, pero también posmodernidad. Eso es lo bueno: la pluralidad de visiones, eso nos enriquece a todos, y de eso Zaragoza sale cultural y literariamente beneficiada. Cabe todo.
«En tiempos duros los lectores necesitan la verdad; la verdad que muchas veces es contundente, sucia, extraña y difícil de asumir.» 
En el arco que va de España a Los Inmortales, Manuel Vilas parece un narrador con unos rasgos muy reconocibles a sus lectores: escribe contra las formas convencionales, se despliega como un talentoso humorista y a nadie se le escapa su simbología. Luego ya no. Luego llega El luminoso regalo y Vilas —me refiero a ese narrador reconocible— decide cargarse todo eso para empezar otra cosa con unos cimientos  que en cierta forma van contra lo que ya habías construido. ¿Cómo estás llevando ese proceso con tus lectores más fieles?, ¿cómo ves que la gente este llevando el cambio del luminoso Vilas a un Vilas más sombrío?

MV: Yo creo que efectivamente he cambiado, pero hay un sustrato que permanece inalterable, al que podríamos llamar la marca Vilas, que no es otra cosa que escribir bajo unos parámetros morales y literarios diferentes. Ni mejores ni peores, simplemente diferentes. He querido reinventarme como escritor. Me apetecía buscar otros mundos y otras formas. En cuanto a mis lectores, tengo de todo. Unos son fans de 'España', otros de 'Aire Nuestro', y otros de 'El luminoso regalo. No se ponen de acuerdo. Me volvería loco si les hiciese caso. La obligación de un escritor es escribir. Lo demás no es de su competencia.

El luminoso regalo es la última novela de Manuel Vilas y está publicada en Alfaguara (2013)
Hablemos de política. Uno de tus poemas más sonados es aquél de McDonald’s que se contempla en Resurrección, donde podría entenderse que se trata de un encomio al capitalismo (aunque una de las mejores cosas que tienen tus textos es su ambigüedad ideológica). Años después, al menos por lo que de ti sabemos en las redes, parece que te has vuelto bastante más escéptico que entonces. ¿Cómo crees que debemos leer políticamente tus textos? ¿Y qué me dices del propio Manuel Vilas, cuál es su ideario? 

MV: Hace unos días, en una charla en Casablanca, Marruecos, un alumno de instituto me amonestó por insultar a los McDonald´s. Ese alumno había leído mi poema McDonald´s y creía firmemente que ese poema insultaba a la cadena de restaurantes McDonald´s. Se sintió ofendido. Vivimos en tiempos muy raros, y la ambigüedad es una marca de la casa Vilas, porque simplemente la vida, como ya sugirió Cervantes, es ambigua. Nadie sabe qué está pasando. Ese es el tema de mi poema McDonald´s: el misterio de la vida. Mi ideario, como ciudadano y escritor, es bien claro: soy marxista y me gusta especialmente el psicoanálisis de inspiración marxista. El marxismo y el psicoanálisis son los cimientos de cualquier especulación seria sobre la realidad.
«España sigue siendo un país muy pacato a la hora de hablar de sexo y erotismo.»
En tiempos duros y convulsos como los nuestros, ¿qué crees tú que necesitan los lectores, historias trágicas o cómicas?

MV: Necesitan la verdad; el objetivo final de un escritor es escribir la verdad; la verdad que muchas veces es contundente, sucia, extraña y difícil de asumir. Eso pasa en “El luminoso regalo”, novela que me ha permitido comprobar que España sigue siendo un país muy pacato a la hora de hablar de sexo y erotismo.



jueves, 18 de abril de 2013

Laura Huerga: «Nuestra ambición es publicar novelas contemporáneas que lleguen a ser clásicos» (Nuevos tiempos, nuevos editores III)

La forma de editar de Rayo Verde consiste en adoptar una visión panorámica del mundo literario que alcance mucho más allá del terreno conocido y en el que muchos están acostumbrados a sondear. Por ejemplo, su convicción en el proyecto les permitió contratar los derechos de Todo está tranquilo arriba, (Premi Llibreter) antes siquiera de tener catálogo. Navegan entre la novela y el relato, con dos colecciones pensadas para ofrecer el más alto nivel literario. Miran tanto a los nuevos autores españoles como a escritores de cualquier parte del planeta, sin miedo y con confianza en que la calidad siempre encuentra un lector apasionado. Anuncian, además, que en septiembre publicarán un Premio Cálamo, Juan José Saer. Entrevistamos a Laura Huerga, su editora: una conversación llena de entusiasmo y una muestra de verdadero espíritu por editar.


Rayo Verde llegó con una voz clara al mundo editorial. Según vuestras palabras, con la intención de aportar lecturas más inquisitivas, comprometidas e inconformistas a los lectores. ¿Veis, entonces, la literatura como algo más que un pasatiempo placentero?

Leer es un placer, pero pensar también puede serlo. Ser más consciente de tu entorno, de la sociedad en la que vives o de ti mismo no tiene por qué hacerte infeliz sino al contrario. Aunque la realidad sea desoladora también siendo conscientes es como cabe la posibilidad de cambiarla, en cualquier otro caso, es imposible.

Vuestro catálogo ya ronda, en estos momentos, los doce títulos. ¿Cómo definiríais hasta ahora los campos que habéis abierto? ¿Y vuestras dos colecciones, Rayos globulares y Relámpago?

Bueno, hemos dado a conocer nuevas lecturas y nuevos autores, eso es ya un orgullo. Hemos publicado títulos de otros países que aquí son completamente desconocidos. Rayos globulares vendría a ser nuestra colección de novela, en el sentido clásico del término, y su significado es de títulos que perduran en el tiempo. Novelas contemporáneas que puedan llegar a ser clásicos, esa es nuestra ambición. Relámpago reclama el espacio de la novela corta, donde se encuentran excelentes obras literarias y como comentamos en la web “su acción es fugaz y poderosa pero permanece en la retina y en la memoria”.



Otra de vuestras apuestas importantes es publicar a autores poco conocidos, ignorados por el gran conglomerado de los grandes grupos editoriales y sus drásticos criterios comerciales, y fomentar su difusión y valor literario. ¿Qué criterios tenéis para incorporar a un nuevo autor en vuestro catálogo?

Los criterios son subjetivos, básicamente que sean autores que creamos que aportan algo a la literatura y no se limiten a copiar una fórmula que se sabe que funciona. 

«Buscamos autores que no se limiten a copiar una fórmula que se sabe que funciona»

Algunos de nuestros autores han sido muy premiados fuera de nuestras fronteras y gozan del reconocimiento del público y de la crítica, así que no es difícil concederles un valor literario, traducirlos y saber que no te equivocas. Otros, como el caso de los brasileños Figueiredo y Kucinski, fueron premiados en su país después de que decidiéramos publicarlos. Lo difícil es explicar por qué le concedemos a un libro ese valor literario sin que haya obtenido todavía ese reconocimiento, como en el caso de los dos autores noveles que tenemos en el catálogo. En ese caso, el reconocimiento de su valor literario viene después, como con Víctor Sabaté, que ha conseguido críticas muy buenas en La Vanguardia o El Cultural pese a estrenarse con una novela corta (y con una editorial desconocida).

¿Cuál ha sido la respuesta de los lectores ante vuestras propuestas literarias? ¿Y de la crítica?

La verdad es que no nos esperábamos tan buena acogida. Las críticas literarias son excelentes en general, supongo que porque encuentran interesante lo que hacemos y cómo lo hacemos, aunque es verdad que algunos medios de comunicación nos cuidan mucho y otros no tanto. Lo curioso es que algunas de las mejores críticas que hemos recibido las han hecho escritores a los que admiramos que se han comprado alguno de nuestros libros espontáneamente, eso hace aún más ilusión. Con los lectores compartimos el mismo amor por los libros y la literatura, intentamos compartirlo y contagiar nuestro entusiasmo, y la verdad es que recibimos más de lo que damos. Las redes sociales nos han acercado, nos han dado una vía directa de comunicación con ellos, y eso tiene mucho valor. En ese sentido, también recibimos la opinión de los libreros que nos sirve para aprender y mejorar cada día, son los que recomiendan y venden nuestros libros así que son los primeros a los que les tienen que gustar.

Sin duda, es impresionante que siendo una editorial tan joven tengáis en vuestras filas un ‘Premi Llibreter’, el premio de referencia que otorgan los libreros de Catalunya. ‘Todo está tranquilo arriba’, de Gerbrand Bakker, ¿qué os llamó la atención de este libro?

En realidad, este libro tenía casi diez años cuando nos interesamos por él. Se había publicado en una decena de países y la crítica era muy buena. Teníamos que leerlo, y nos encantó. Apenas habíamos constituido la editorial cuando ganó el Premio IMPAC en 2010 cuyos libros son nominados por las bibliotecas de todo el mundo, y pensamos que sería imposible publicarlo, porque alguna editorial se interesaría y se adelantaría, pero no fue así. Pensamos que un libro así, con esa capacidad para transmitir emociones en los diálogos tanto con las palabras como con los silencios, tenía que poder leerse en nuestra lengua, así que no lo dudamos un momento. 

«Sin libros publicados todavía nos fuimos a Londres y tuvimos que vender nuestro proyecto a la editora holandesa que tiene los derechos del libro y por lo que fuera, quizás porque le recordamos a ella cuando empezaba, confió en nosotros y nos los vendió»

En Rayo Verde también tienen cabida los autores nacionales, como el barcelonés Víctor Sabaté. Estar atentos a la narrativa española, ¿forma también parte de vuestras prioridades?

Por supuesto que sí. No creo que sea fácil hacerse un hueco porque ya hay editoriales que publican autores nacionales y que lo hacen muy bien, pero sí que es una prioridad, leemos los originales que recibimos (aunque ahora estamos un poco colapsados) y queremos dar oportunidad a las obras que consideramos que tienen la calidad necesaria para estar en nuestro catálogo. Además, procuramos establecer una relación de confianza con el autor y representarle también cuando vamos a ferias internacionales, ya que nuestras complicidades con otras editoriales nos puede facilitar que se publique en otros idiomas.

Como libreros, es nuestro trabajo preguntaros también qué secretos tendréis para los próximos meses. ¿Nos espera alguna apuesta fuerte esta primavera? ¿Y para la llegada del calor?

Pues sí, tenemos dos apuestas fuertes para los próximos meses.
En mayo publicaremos Historias inverosímiles, en general del autor escocés Alasdair Gray. Un conjunto de relatos, ilustrados por el propio autor donde se habla de temas diversos: de la estructura jerárquica de la sociedad, de la lingüística del siglo XVIII o de la explotación laboral de los patos, aunque tal vez no hable realmente de nada de eso.
Y en junio una apasionante y atípica novela negra del autor polaco Michal Witkowski, El Leñador, donde un escritor gay, curiosamente llamado Michal Witkowski, que tiene una extraña afición a los “tíos con casitas en lugares apartados”, se retira a la casita de un desconocido para escribir lo que debería ser su obra maestra.  Pero lo que verdaderamente le interesará será investigar el pasado del dueño de la casita, “el leñador” del título, junto con la desaparición de una belleza local ocurrida años atrás. Es una fascinante novela negra, que además nos muestra las dos caras de una Polonia que en poco tiempo pasó de una dictadura política a una dictadura del consumo, algo que aquí tampoco nos resulta extraño, ¿verdad? Del autor se ha dicho que es capaz de hacer que las páginas amarillas resulten una apasionante lectura.
Y para el regreso de vacaciones, en septiembre, llegará un Premio Cálamo, El Entenado de Juan José Saer, una joya desgraciadamente poco conocida en España que esperamos tenga buena acogida.