miércoles, 17 de diciembre de 2014

«El judaísmo sólo me interesa como literatura.» Entrevista a Eduardo Halfón, autor de Monasterio y nominado a los Premios Cálamo 2014.

Cualquier libro de Eduardo Halfon es la puerta de entrada a una obra escrita en una prosa sencilla, por momentos con una cadencia y un ritmo que la acercan a la lírica, una obra compuesta de novelas breves y relatos donde la línea entre la ficción y la realidad –o entre el narrador y el escritor– se vuelve difusa e irrelevante.
Su último libro, Monasterio (Libros del Asteroide), se integra en ese mosaico y se entreteje con imágenes y personajes de otras obras de Halfón, sobre todo con la presencia del abuelo de El boxeador polaco (Pre-Textos). Monasterio es uno de los libros nominados a los Premios Cálamo en su edición 2014, y quisimos aprovechar la ocasión para entrevistar a Eduardo Halfon y conocer un poco más sobre su lugar de escritor y su obra:

Eduardo Halfon. (c) Peter-Andreas Hassiepen


Monasterio se entreteje, a modo de referencias, pequeños guiños y personajes que se repiten, con otras obras anteriores de tu autoría. ¿Hay un plan en tu obra que trascienda a cada novela o colección de cuentos? 

Soy un ingeniero, tanto de formación como de carácter, pero no hay plan alguno cuando escribo. Voy improvisando, dejándome llevar, o más bien dejándome acercar a algo que intuyo pero que no veo claramente, y que quizás es el centro o núcleo de un cuento, de una novela, de todo un proyecto literario. Desde que empecé a escribir, hace ya 12 libros y 12 años, siento que estoy escribiendo un solo libro, pero publicándolo por partes, en proceso, mientras lo escribo. Monasterio, cuyo origen está en El boxeador polaco, es una pieza más de ese proyecto, o un peldaño más en ese andamio, o un planeta más en la constelación que son mis libros. Aunque apenas intuyo esa constelación. Sé que está ahí, borrosa y lejana, develándose poco a poco ante mí, y que toda mi obra gira en torno a algo. Pero no la veo claramente, ni la entiendo del todo. Y está bien que así sea. Floto, a la deriva, en ese espacio narrativo. Quiero escribir mis cuentos con el mismo asombro con que luego un lector los lee.

Algo muy curioso que ocurre durante la lectura de Monasterio es el juego que se hace con las expectativas del lector. Lo que parece una novela sobre una boda y un matrimonio entre judíos ortodoxos se convierte en una serie de retazos de historia, de recuerdos, de otros viajes…

Creo que esa lectura asombrosa —para seguir usando el mismo término—corresponde exactamente al proceso de su escritura. Yo también escribí las primeras páginas con la expectativa de otro libro, uno que conduciría hacia esa boda ortodoxa, hacia una relación entre hermanos. Pero al escribir, no soy yo quién decide, ni hay una ruta o una fórmula a seguir, ni es esto una ciencia. La historia que quería o necesitaba ser contada poco o nada tenía que ver con la boda de una hermana, sino con algo mucho más íntimo, lo cual, visto a través de la lupa de la ficción, es a la vez universal.

"Una jaula salió en busca de un pájaro". Este aforismo kafkiano precede a la novela: ¿cuál es la jaula, la cárcel, en la vida del narrador, de su hermana que se casa?

Para mí el mejor epígrafe es aquel que creemos entender, pero que si intentamos poner en palabras, de inmediato se nos escapa. No es éste una explicación del libro. Sino una puerta de entrada. Un tono musical. No sé entonces cuál es la jaula (o acaso las jaulas), ni si ésta nos persigue a nosotros o somos nosotros quienes la perseguimos a ella. Hay algo hermoso y terrible en las palabras de Kakfa. Hacen éstas un eco, quizás, con la historia que he escrito. O al menos eso me gustaría pensar.

En muchos puntos de la obra asoma la idea de "ser" judío como algo más allá de profesar la religión, del "judaísmo no como religión sino como genética",  como un tema de peso en Monasterio. ¿Hay una búsqueda de la identidad como alguien de ascendencia judía pero que no practica la religión?

El judaísmo sólo me interesa como literatura. Es decir, el judaísmo como historias. Hay en mi obra un constante acercamiento a lo que significa ser un judío, pero visto siempre hacia atrás, hacia las historias de mis abuelos. O sea, no el judaísmo como religión, sino como identidad, como orígenes, como historias de desembarcos y éxodos y diáspora y sobrevivencia.



La novela, a través del abuelo del narrador, que fue un prisionero en Auschwitz, visita el tema del Holocausto. Y toca temas que pertenecen a la literatura del Holocausto: memoria, testimonio e identidad. ¿Cómo es para un escritor de una generación que no es superviviente ni testigo directo de esos hechos visitar esos temas desde la ficción?

Creo que son temas que únicamente pueden visitarse desde una generación apartada, no afectada directamente. Mi abuelo no habló de su experiencia en Auschwitz durante sesenta años. Nos decía, medio en broma, que el número tatuado en su antebrazo era su número de teléfono. Él jamás volvió a pronunciar una sola palabra en polaco, su lengua materna. Jamás regresó a Polonia, y a los demás nos prohibía ir. Así educó a sus hijos—a mi madre y mis tíos—, para quienes esos temas también eran lejanos e intocables. Creo que somos los nietos, entonces, tanto de sobrevivientes como de verdugos, quienes podemos empezar a acercarnos a las heridas del pasado, a visitar esos temas desde la distancia que les otorga el tiempo. Y en mi caso, claro, lo hago desde la ficción, donde el interés es más emotivo que real, más sensorial que fáctico. Mi próximo libro, cuyos orígenes están en Monasterio, es sobre ese viaje prohibido a Polonia.

Muchas veces has dicho que tus narradores son más valientes que tú en las posturas sobre los temas que tratas a lo largo de tu obra. ¿Es la literatura una forma de tomar una postura frente a esa identidad que a veces nos imponen las herencias de la tradición, la religión, la historia?

Es que en el fondo no sé qué es la literatura. Pero me gustaría pensar que no es tomar postura. Que la literatura está más allá de cualquier postura, las cuales tienen más que ver con ideologías y políticas. Las posturas las tomamos los seres humanos, no los escritores de ficción. En la literatura de un escritor, cualquier postura peligra en convertirse más bien en una pose, y el escritor entonces en un predicador. Pero sí, mi narrador, que se llama igual que yo, se suele imponer ante esas injusticias y herencias que a mí me acobardan. Dios lo ampare.


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Monasterio es una de las 16 obras nominadas a los Premios Cálamo 2014. Puedes visitarnos en Cálamo y dejar tu voto en las urnas. ¡A leer!


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